liderazgo, partidos, politica

Y aunque te haga calor

Es habitual escuchar eso de que alguien vale más por lo que calla que por lo que dice. Yo, sin embargo, siempre he valorado a las personas por lo que dicen y sobre todo por lo que hacen. No creo que el silencio encierre un valor en sí mismo, aunque la prudencia a veces es aconsejable. Aún así cuando se es prudente hay que estar vigilante para que esta prudencia no se convierta en indolencia y acabe desembocando en cobardía. Los propios cobardes, en su hipocresía, se venden como «prudentes», porque la mentira nunca se llevó bien con los valientes.

Llegados a este punto es preciso reflexionar sobre qué hacer cuando en política pruebas ese sabor amargo que llega no con la derrota transitoria, ni siquiera con el fracaso, sino a través de la traición y el engaño de quien considerabas tu compañero y amigo. No vamos a engañarnos: la vida interna de los partidos está llena de mentirosos, de traidores, de vendidos y de alquilados. Hay quien dice que la política es así de sucia, pero la política solo es lo que nosotros hacemos de ella. Es decir, lo que vemos en los gobiernos, en los partidos, en los parlamentos y ayuntamientos es el reflejo de lo que somos, por mucho que busquemos insultar y despreciar a los políticos como si estos cargos electos hubiesen llegado ahí ellos solos saliendo de la nada. Hasta que no se demuestre lo contrario nosotros ponemos y quitamos candidatos con nuestro voto.

Un factor clave en el liderazgo político es la confianza que el candidato consigue agrupar en torno a su figura y a su proyecto. Hay líderes sin proyecto, falsos líderes con supuestos proyectos pero nunca puede existir un proyecto coherente sin un líder. La figura del candidato es, por lo tanto, esencial en política. Incluso los nuevos partidos que llegan a regenerar nuestro sistema corrupto y viciado según ellos, han implantado un culto total y supremo al líder-caudillo que se encarna en la figura o bien de Pablo Iglesias o bien de Albert Rivera.

Es cierto que el sistema político español ha tendido hacia una especie de «presidencialismo» a la hora de enfocar la proyección mediática y de poder del presidente del Gobierno o Secretario General de los dos grandes partidos. Pero hasta ahora las siglas del partido han tenido un peso decisivo a la hora de trazar la ruta de sus candidatos hacia la Moncloa. En el PP dudan si ocultar sus siglas o presentarlas bajo un nuevo formato. Pero en el PSOE se ha apostado claramente, hace ahora precisamente un año, por una opción personalista, individualista y a la «americana» de Pedro Sánchez. Cuando desde hace unos meses venimos escuchando lo del «PSOE de Pedro Sánchez» no es solo un eslogan bastante simplista de marketing, que también, sino la esencia de la filosofía de esta nueva etapa del socialismo para recuperar el poder en España.

Como decía, cuando uno navega por las turbulentas aguas de la vida interna partidista sabe que tarde o temprano va a sufrir un desengaño, una traición o una jugada sucia. Es cuestión de tiempo que llegue, por mucho que algunos piensen que con sus conocimientos o intrínseca maldad son capaces de controlar los tiempos y los flujos. En esto hay algo seguro: siempre habrá alguien más malo que tú. Lo interesante, sin embargo, es cuando la medicina amarga de la traición y el engaño llega administrada por el líder, por aquel en quien tú confiaste y diste todo lo mejor que tenías sin pedir nada a cambio pero esperando, como es lógica emocional, un justo reconocimiento.

Ante esta situación hay 3 etapas: el engaño; la difamación; y el vacío. Vayamos por partes.

El engaño suele llegar de muchas maneras, pero habitualmente nos golpea después de una fase de ceguera absoluta y otra de temores bastante fundados pero a los que no quieres dar veracidad. Confiar en alguien ciegamente es un riesgo. Te pones una venda en los ojos y lo sigues sin dudar, sin preguntas, hasta que empiezas a oler cada vez peor y acabas quitándote esa venda una vez te encuentras o bien en el abismo o al borde del abismo. La primera reacción es de incredulidad, desolación, incluso buscas el motivo, te planteas qué habrás hecho tú mal, y te dedicas a repasar toda la historia del camino.

Aquí hay dos opciones: o reaccionas desde el despecho, o te marchas sin hacer ruido. Depende de las fuerzas internas que le queden a uno, pero cuando te sientes por dentro como si te hubiesen machacado el alma con varios bates de béisbol, lo último que quieres en ese momento es cobrarte la venganza.

Sin embargo, escojas la opción que escojas, llega irremediablemente la difamación, el escarnio. Ya sea porque vas a la guerra o porque te retiras del lugar donde siempre estuviste, con las consiguientes preguntas de la gente que o no entiende nada, o entiende perfectamente todo pero busca ensuciar aún más el ambiente. Generalmente el trabajo sucio no lo hace el líder en primera persona, por lo menos no a la cara. Suele ser a tus espaldas y acompañado de ese coro de palmeros y mamporreros del poder que actúan como matones a sueldo ya sea por lo pagado o por las promesas de lo que acabará siendo pagado.

Esta fase es dura y bastante destructiva. Ves como no solamente te han engañado sino que buscan humillarte cargándote a ti las culpas de todo y buscando desprestigiarte por si te da por hablar o por lo que ya has decidido contar. Aquí hay barra libre para inventarse historias abyectas y desparramar toda la basura a mano, da igual su procedencia.

Finalmente llega el vacío, el vacío de todos los que forman ese corralito de poder y que, hasta hace poco, incluso eran compañeros que considerabas amigos, con los que compartiste muchos días y muchas horas en un proyecto que creías común, colectivo y sincero. Es la última parada donde quieren darte el golpe de gracia. Ya no solamente has sido engañado y humillado propagando tu descrédito sino que, por si acaso te da por resucitar, ya nadie te verá ni oirá tus gritos porque eres completamente invisible. O, por lo menos, así intentan hacerte ver a ti mismo: nadie se ha preocupado por ti ni te ha dado una palabra de aliento porque no le interesas a nadie.

Es evidente que ante estas 3 etapas uno tiene casi todas las papeletas para sucumbir. Pero siempre queda un resquicio para levantarse y darle la vuelta a la situación. Dicen que el tiempo es algo que suele ayudar a curar las heridas, pero no es así. El tiempo, como mucho, te ayuda a olvidar, a hacerte creer que has sido capaz de perdonar, porque hay golpes que no te abandonarán jamás mientras vivas.

Hacer de la política un laberinto de trampas, de egoísmos calculados, de traiciones inesperadas y deslealtades anunciadas, solo nos conduce a una ley que no es ya la de Darwin sino otra que aún está por bautizar: no sobrevive el más fuerte, sino solamente el más sinvergüenza.

Después de todo, ¿merece la pena intentarlo, merece la pena hablar para que los cuervos de los partidos se pongan en alerta por el sonido de tu voz y la tormenta de esa verdad que pretendes dignificar? La respuesta que yo ofrezco la encontré en los versos de una canción que grabó Julio Iglesias en el 92:

Y aunque te haga calor
vete igual por el sol
que la sombra está bien
pa’los blandos de piel
que les pique el sudor

Si le da por llover
no te dé por correr
que mojarse es crecer
y corriendo entre charcos
te puedes caer

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