Creo que he visto casi todas las series sobre política que se han hecho desde la mítica “el ala oeste de la Casa Blanca”. Y recuerdo que cada vez que veía sus capítulos me asaltaban las mismas dudas: ¿dónde están en nuestra vida real esos grandes hombres y mujeres de estado que aparecían dentro de la televisión? Hasta incluso Frank Underwood, que es la encarnación de la ambición por el poder más amoral, corrupta y delictiva que uno puede imaginarse, muestra una clase y una categoría profesional muy lejos de la mediocridad que nos gobierna desde hace algún tiempo. ¿Por qué sufrimos una sequía evidente de políticos valientes, capacitados y con un proyecto coherente e ilusionante de país? Cuando en una democracia la sociedad muestra inseguridad ante su futuro es porque carece de unos líderes políticos con coraje y determinación.
Todo lo contrario que Txiki Benegas, alguien que supo dejar una huella imborrable en la historia colectiva de España y del socialismo gracias a su determinación para saber lo que representaba, defender lo que creía y llegar al pacto cuando así lo exigía la ocasión. Porque esto de pactar en política es algo muy noble si se realiza con un sentido concreto, nada que ver con esta fiebre de algunos por el “pactismo” que les lleva ante cualquier problema o desafío de envergadura a ofrecer un pacto de estado como si esto fuese el camino y no una alternativa obligada cuando el conflicto de intereses se hace irreconciliable. Una de las cosas más importantes que nos ofrece la democracia es el votar en las urnas el modelo de sociedad que deseamos para nuestro país, teniendo el ganador el derecho legítimo a aplicar su programa electoral y determinar la orientación política gubernamental. Ya sé que muchas veces hemos escuchado, importado de la política británica, eso del “gobierno en la sombra” de la oposición. Algo, sinceramente, ridículo y absurdo, porque gobierno no existe nada más que uno y la oposición lo que debe ser es una alternativa clara y visible en la luz. A veces utilizar metáforas en política conlleva el riesgo de creernos las alegorías.
Es indudable que la forma de hacer política en España está cambiando. Todos celebran el cambio, pero cambiar no significa, necesariamente, hacerlo a mejor. Volvemos, en este sentido, a confundirnos cuando hablamos de la vieja o la nueva política, cuando lo que ha existido siempre, y siempre existirá, es la buena y la mala política, los buenos y los malos políticos. Y dentro de la mala política existe un fenómeno bastante creciente que se relaciona con la aplicación del marketing político y de la imagen como imperativo electoral para conseguir convencer a los electores de que somos la mejor opción. Por supuesto que la comunicación con los ciudadanos es un pilar fundamental de la acción política de los partidos, igual que la imagen que proyectan al exterior. El problema llega cuando la excesiva obsesión por nuestra imagen nos acaba convirtiendo en caricaturas de nosotros mismos.
En este sentido me preocupa bastante que el Partido Socialista, dentro de su inestabilidad ideológica y de identidad por parte de algunos que les molesta verse en el espejo como izquierda pura y sin complejos, acaben convirtiendo al PSOE en el partido de la selfie-izquierda. Es decir, un partido donde solamente nos alimentemos de eslóganes, argumentarios poco elaborados e incluso a veces contradictorios, y vayamos así poco a poco huyendo de la reflexión crítica y republicana que debe guiar al verdadero proyecto de izquierda reformista constituyente del lenguaje socialista.
Así observamos ese bucle tan peligroso de ver una y otra vez a los mismos haciéndose fotos con los mismos, convirtiendo el selfie, la fotografía y el postureo en una carrera de méritos y medallas incuestionables de cara a consolidar o edificar la carrera política personal dentro del partido. Hemos llegado a tal punto que muchos militantes acuden a los mítines o actos del partido única y exclusivamente a fotografiarse con los líderes sin importarles lo que dicen o dejan de decir en sus parlamentos. El resultado es el siguiente: llenamos nuestras redes sociales de fotos pero no de ideas ni de palabras. Habrá quien piense distinto, pero no existe fuerza más poderosa en democracia que el valor de nuestras ideas y el ejemplo de nuestros actos.
La consecuencia de esta política del selfie es crear líderes y políticos sin más preocupación que el maquillaje y la apariencia. Políticos de eslóganes y laboratorio muy limitados intelectualmente por mucho que quieran suplirlo con grandes dosis de memoria. Aunque parezca que no, los pequeños detalles, las pequeñas decisiones que tomamos los que actuamos dentro de los partidos, determinan nuestro futuro. A veces pensamos que por rendirnos ante ciertos detalles no va a pasar nada grave, sin darnos cuenta de que después de un pequeño detalle llega otro pequeño detalle y así sucesivamente, hasta ese día donde despertamos de nuestra cobardía y nos damos cuenta que estamos en un lugar al que nunca quisimos ir y rodeados de personas que nunca deseamos elegir. No hay más que seguir los selfies para ver el camino de cada uno.