izquierda, política, PSOE

La selfie izquierda

Creo que he visto casi todas las series sobre política que se han hecho desde la mítica “el ala oeste de la Casa Blanca”. Y recuerdo que cada vez que veía sus capítulos me asaltaban las mismas dudas: ¿dónde están en nuestra vida real esos grandes hombres y mujeres de estado que aparecían dentro de la televisión? Hasta incluso Frank Underwood, que es la encarnación de la ambición por el poder más amoral, corrupta y delictiva que uno puede imaginarse, muestra una clase y una categoría profesional muy lejos de la mediocridad que nos gobierna desde hace algún tiempo. ¿Por qué sufrimos una sequía evidente de políticos valientes, capacitados y con un proyecto coherente e ilusionante de país? Cuando en una democracia la sociedad muestra inseguridad ante su futuro es porque carece de unos líderes políticos con coraje y determinación.

Todo lo contrario que Txiki Benegas, alguien que supo dejar una huella imborrable en la historia colectiva de España y del socialismo gracias a su determinación para saber lo que representaba, defender lo que creía y llegar al pacto cuando así lo exigía la ocasión. Porque esto de pactar en política es algo muy noble si se realiza con un sentido concreto, nada que ver con esta fiebre de algunos por el “pactismo” que les lleva ante cualquier problema o desafío de envergadura a ofrecer un pacto de estado como si esto fuese el camino y no una alternativa obligada cuando el conflicto de intereses se hace irreconciliable. Una de las cosas más importantes que nos ofrece la democracia es el votar en las urnas el modelo de sociedad que deseamos para nuestro país, teniendo el ganador el derecho legítimo a aplicar su programa electoral y determinar la orientación política gubernamental. Ya sé que muchas veces hemos escuchado, importado de la política británica, eso del “gobierno en la sombra” de la oposición. Algo, sinceramente, ridículo y absurdo, porque gobierno no existe nada más que uno y la oposición lo que debe ser es una alternativa clara y visible en la luz. A veces utilizar metáforas en política conlleva el riesgo de creernos las alegorías.

Es indudable que la forma de hacer política en España está cambiando. Todos celebran el cambio, pero cambiar no significa, necesariamente, hacerlo a mejor. Volvemos, en este sentido, a confundirnos cuando hablamos de la vieja o la nueva política, cuando lo que ha existido siempre, y siempre existirá, es la buena y la mala política, los buenos y los malos políticos. Y dentro de la mala política existe un fenómeno bastante creciente que se relaciona con la aplicación del marketing político y de la imagen como imperativo electoral para conseguir convencer a los electores de que somos la mejor opción. Por supuesto que la comunicación con los ciudadanos es un pilar fundamental de la acción política de los partidos, igual que la imagen que proyectan al exterior. El problema llega cuando la excesiva obsesión por nuestra imagen nos acaba convirtiendo en caricaturas de nosotros mismos.

En este sentido me preocupa bastante que el Partido Socialista, dentro de su inestabilidad ideológica y de identidad por parte de algunos que les molesta verse en el espejo como izquierda pura y sin complejos, acaben convirtiendo al PSOE en el partido de la selfie-izquierda. Es decir, un partido donde solamente nos alimentemos de eslóganes, argumentarios poco elaborados e incluso a veces contradictorios, y vayamos así poco a poco huyendo de la reflexión crítica y republicana que debe guiar al verdadero proyecto de izquierda reformista constituyente del lenguaje socialista.

Así observamos ese bucle tan peligroso de ver una y otra vez a los mismos haciéndose fotos con los mismos, convirtiendo el selfie, la fotografía y el postureo en una carrera de méritos y medallas incuestionables de cara a consolidar o edificar la carrera política personal dentro del partido. Hemos llegado a tal punto que muchos militantes acuden a los mítines o actos del partido única y exclusivamente a fotografiarse con los líderes sin importarles lo que dicen o dejan de decir en sus parlamentos. El resultado es el siguiente: llenamos nuestras redes sociales de fotos pero no de ideas ni de palabras. Habrá quien piense distinto, pero no existe fuerza más poderosa en democracia que el valor de nuestras ideas y el ejemplo de nuestros actos.

La consecuencia de esta política del selfie es crear líderes y políticos sin más preocupación que el maquillaje y la apariencia. Políticos de eslóganes y laboratorio muy limitados intelectualmente por mucho que quieran suplirlo con grandes dosis de memoria. Aunque parezca que no, los pequeños detalles, las pequeñas decisiones que tomamos los que actuamos dentro de los partidos, determinan nuestro futuro. A veces pensamos que por rendirnos ante ciertos detalles no va a pasar nada grave, sin darnos cuenta de que después de un pequeño detalle llega otro pequeño detalle y así sucesivamente, hasta ese día donde despertamos de nuestra cobardía y nos damos cuenta que estamos en un lugar al que nunca quisimos ir y rodeados de personas que nunca deseamos elegir. No hay más que seguir los selfies para ver el camino de cada uno.

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Corbyn, partidos, poder, política

La dictadura de los mediocres

Soy un gran apasionado de la psicología humana aplicada a la política. Algo que se conoce, como es lógico, como psicología política, una rama del conocimiento poco extendida pero que encierra mucho potencial para quien quiera cultivarla. El problema es que para hacerlo bien uno tendría que ser psicólogo y politólogo. Y, a poder ser, haber vivido con intensidad los procesos internos de los partidos, sobre todo en su dimensión de la lucha por el poder, preferentemente el local.

Siguiendo esta teoría, me gustaría hablar del síndrome de Solomon y como este afecta de manera decisiva a la selección de las élites políticas de un país y los límites de crecimiento y progreso que surgen como consecuencia en la práctica. En 1951 Solomon Asch, psicólogo estadounidense, llevó a cabo un experimento llamativo. Acudió a un instituto donde trabajaría con 123 jóvenes voluntarios. Escogía grupos de 7 alumnos que serían sus cómplices, frente a un octavo que entraría sin saber la jugada. Asch mostraba 4 líneas verticales, de las cuales la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces pedía a los 8 que les dijesen en voz alta cuales de las dos líneas eran iguales en longitud, dejando al octavo como último participante. Este, escucha el veredicto de los 7 primeros que, uno a uno, señalaban dos líneas que no eran iguales. Solo el 25% de los “octavos” miembros mantuvieron su criterio personal, el acertado, frente a la manipulación pactada e interesada de los otros 7 compañeros del experimento. Es decir, que aquel famoso chascarrillo donde nos preguntaban si creíamos antes a los demás que a nuestros propios ojos, se plasma de manera objetiva y empírica en un experimento.

Desde entonces hablamos del “síndrome de Solomon” cuando adoptamos opiniones o posturas contrarias a nuestras creencias solo para evitar sobresalir y poder transitar dócilmente dentro del camino que sigue el resto, aunque pensemos que es el equivocado. Es el miedo a ser distinto, a brillar, a realizarse uno mismo y saborear nuestra libertad sin complejos ni ataduras. Las personas tenemos miedo a ser los actores de nuestro propio destino porque sabemos que ello conlleva riesgos, muchos riesgos, aunque cuando se alcanza dicha gloria nos aporta la felicidad más auténtica que puede sentir un ser humano.

Pues bien, esto en política está plenamente vigente, sobre todo en la dinámica interna de los partidos. Vivimos condicionados por la dictadura de los mediocres, y aunque muchos somos conscientes de ello, pocos, muy pocos, nos atrevemos a alzar la voz para gritar nuestra deriva. Sabemos que en la dictadura de los mediocres aparecen, necesariamente, esos “verdugos voluntarios” cuya misión es silenciar a quien habla un idioma puro e insobornable; al que usa las palabras con el sentido natural que tienen, y no con el fingido que muchos pretenden darle para ocultar sus actos llenos de oscuridad y de vergüenza. Ser libre siempre tuvo un precio, pero lo que nos diferencia a los países es el número de personas que estuvieron dispuestos a pagarlo para lograr una sociedad más justa y más libre. Las élites de cada país determinan la naturaleza y el coraje de sus sociedades. Desconozco si los españoles tenemos el gobierno que nos merecemos, pero lo que es indudable es que tenemos el gobierno que refleja a la mayoría.

Uno de los ejemplos más actuales del síndrome de Salomon es el coro tan numeroso de militantes y dirigentes socialistas que no cesan de repetir la necesidad de reformar nuestra constitución y lo inevitable de constituirnos como un estado federal para solucionar todos los problemas que nos afectan, principalmente el catalán. Utilizan así diversos conceptos y expresiones de los que, en su mayoría, desconocen el significado pero no se lo plantean porque la cúpula dirigente de este PSOE de Pedro Sánchez ha dicho que son buenas y necesarias, sin ir más allá. Sobresalir en un partido o hacer algunas preguntas incómodas es una manera rápida y directa de que seas señalado como enemigo por esos verdugos voluntarios que sostienen la dictadura de los mediocres.

Cuando en los años de posguerra se fue implantando y desarrollando un estado del bienestar fuerte y cohesionado, entonces incluso los partidos conservadores, de derechas, sucumbieron a este relato casi inalterable de modelo económico-social dispuesto por los partidos socialistas. Había partidos de derechas que competían en propuestas sociales frente a los de izquierdas. Ahora, sin embargo, vivimos un cambio de papeles: es la doctrina económica de la derecha la que domina nuestro país, nuestro continente, y la socialdemocracia es incapaz de ofrecer un modelo alternativo. Tanto es así que ahora mismo solo existe un nombre propio que condensa todas las esperanzas que aún tenemos los de izquierdas de que triunfe la izquierda no como ese vértice radical y alejado de la “centralidad” que nos cuentan, sino como esa manifestación natural del socialismo reformista que en un pasado, no muy lejano, protagonizó los “años de oro” del progreso económico más justo y extensivo de nuestro continente: Jeremy Corbyn.

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poder, política, PP, PSOE

El míster siempre tiene razón

El poder es algo profundamente pecaminoso. Posiblemente lo inventó el diablo, aunque muchos alcancen el paraíso envueltos en él. Pero la verdad es que las personas se enfrentan a la prueba más dura sobre sí mismas cuando consiguen algo de poder. Si lo que consiguen, incluso, es mucho poder, entonces planea su propia destrucción en el caso de sucumbir. La historia nos ha enseñado que aquellos que consiguieron tener todo el poder llegaron a creerse dioses terrenales intocables por el resto de los mortales. Se pone bastante el acento sobre qué hacen las personas cuando llegan al poder, pero yo diría que es incluso más interesante, y hasta explicativo, observar qué hace el poder cuando llega a las personas.

Por naturaleza el poder siempre es conservador. Quien lo persigue y lo alcanza después de perpetrar toda clase de felonías, traiciones y deslealtades por el camino, una vez en él lo que desea es que no acabe nunca. Y, por supuesto, que nadie de la base se lo cuestione. Ya sé que un líder auténtico, de esos brillantes que ya apenas quedan, entiende que la humanidad solo puede dignificarse a través de su libertad y la generosidad de aquellos que mandan, pero en la actualidad los tiranos pueden pasar más desapercibidos ya que nadie se cuestiona el sistema que nos hemos dado (la democracia) y los publicistas y asesores de marketing encuentran la forma de vender las bondades de los poderosos, por muy perversos y dañinos que sean. Cuando uno bucea con paciencia por las hemerotecas se da cuenta de algo muy curioso: pasan los líderes pero quedan siempre ciertos palmeros, que no conocen de lealtad sino solo de poder y su erótica. Aquí encontramos la razón del triunfo de la mediocridad y, con frecuencia, de los tiranos que también se descubren sinvergüenzas: el papel tan desmoralizante que juegan los palmeros del poder, los mamporreros del líder y los eunucos de la moral en los partidos y en la política.

El sectarismo, sin lugar a dudas, es el atributo más peligroso para la libertad. Cuando desde un lugar predicamos para el exterior recetas bondadosas que luego traicionamos en nuestra propia casa dentro de un juego perverso donde siempre ganan los mismos y siguen flotando los que se mantienen a costa de hundir a los demás, la credibilidad empieza a tambalearse. Ante cualquier crítica o arranque de decencia nos gritan y nos advierten que “el partido está por encima de todos”, y que los votantes “castigan a los partidos desunidos”. En realidad lo que nos quieren decir es que el partido está siempre por debajo de ellos, de sus pasiones, sus ambiciones y sus zapatos, porque no hacen otra cosa que pisotearlo al son de sus intereses en cada momento; y que los votantes castigan a los partidos sin identidad, sin coherencia y sin respeto consigo mismos.

¿Por qué el PP después de todo lo que ha hecho sigue primero en proyección de voto? Es una pregunta incómoda, que algunos prohíben planteársela, porque el sueño de muchos es hacerse un “Ximo Puig”, es decir, obteniendo el peor resultado de la historia de su partido, acabar siendo presidente gracias a los pactos post electorales. Pero yo siempre he creído que la clave consiste en construir un socialismo que sea el bien mayor de nuestra democracia, no un mal menor dentro del sistema de partidos.

Lo peor de todos estos palmeros y mediocres que colapsan los partidos, es cuando nos explican que la política es “así de sucia” y que no es “nada personal”. Hemos aceptado de una manera tan suicida este discurso que nos cuesta comprender que la suciedad no se encuentra en el acto del gobierno, ni en el deseo de ser político, sino dentro de aquellos indignos y cobardes que quieren alcanzar el poder o usar la política sin importarles el vender su alma al diablo, algo que a su vez explica por qué algunos compañeros que transitan por los partidos lo hacen sin alma ni conciencia. Es que, simplemente, no la tienen. Y sobre la vergüenza de algunos caben serias dudas de si algún día la conocieron.

Aún así, si tuviese que señalar quienes son los que más daño hacen a la justicia, a la bondad y a la moral, no diría que son sus corruptores, sino aquellos tibios y temerosos que podrían apellidarse Pilatos porque no hacen otra cosa que lavarse las manos y permanecer indiferentes ante injusticias y fechorías que conocen de primera mano pero que prefieren ignorar de facto. Son esos que si se ven comprometidos acaban saliendo con el comodín futbolero de “el míster siempre tiene razón”. Y es que la tiranía del poder y la miseria de sus palmeros se termina resumiendo en un inconfesable, por muchos, «más vale tirano conocido que demócrata por conocer».

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ideología, izquierda, PSOE

Sé centrista y no mires con quién

La democracia tiene muchas maneras de desviarse y múltiples de corromperse. Aristóteles identificó la demagogia u oclocracia como la conversión impura del sistema democrático. Claro que por entonces los filósofos griegos desconocían la utilización de las encuestas como instrumento para manipular la realidad y construir un relato artificial que condicione a la sociedad políticamente. ¿Cuál sería el nombre de esta nueva criatura impura en perjuicio de la democracia? La demoscracia, donde las ideologías serían sustituidas por la justificación cuantitativa de los sondeos ad hoc y al servicio de una causa.

Sin ir más lejos tenemos como ejemplo de esta demoscracia encuestas en 24 horas donde se celebra lo bien que le ha parecido a la sociedad el sacrificio político del por entonces líder y candidato del PSM; o bien ese pastel cocinado en el mismo periódico nacional para glosar el aniversario de la victoria del líder supremo a complacer. Cuando un partido deja de lado el debate y la reflexión ideológica para arroparse con sondeos ad hoc sobre diversas actuaciones cuanto menos dudosas, no es de extrañar que apueste por una especie de marketing viciado que le lleve a veces a convertir su obsesión por la imagen en simple caricatura.

Precisamente una de las últimas encuestas a la carta hechas por “el País” viene a convencernos de que lo único aceptable en política es ser moderado, propicio al pacto, alejado de los radicalismos. O lo que es lo mismo: centrista. Así preguntan: ¿qué partido cree usted que es más radical? Sin especificar a qué nos referimos con lo de “radical” adjetivando a un partido. Y, para rematar el pastoreo efectivo, la guinda triunfal: ¿qué político cree usted más propicio al pacto para reformar la constitución? Y, efectivamente, la respuesta suele salir sola, como en los mejores trucos de magia donde la magia consiste en que no existe ninguna pero nuestros sentidos nos dicen lo contrario.

Esta nueva moda del pactismo, del estadista, del patriotismo cívico o como se le quiera llamar, nos lleva a plantearnos lo siguiente: ¿defender unos principios de manera sólida y coherente significa ser radical? Porque si es así el significado negativo de “radical” se diluye hasta significar algo deseado por aquellos que defendemos la política y a nuestro partido porque creemos en los valores y en el proyecto que representa. A mí me da la impresión de que ciertos sectores político-mediáticos nos intentan convencer de algo profundamente perverso: que ser socialista y definirte abiertamente como de izquierdas es ser radical.

Quizás esa es la misión de mensajes reiterativos que empiezan a oler mal y que buscan, sobre todo, justificar este nuevo PSOE de Pedro Sánchez que puede resumirse en lo siguiente: cuestionar la izquierda para ensalzar el centro; debilitar el concepto socialista para aparentar ser lo más parecido al Partido Demócrata americano; y, en definitiva, convertir al partido en un instrumento temporal y prescindible donde la figura del líder esté por encima del proyecto histórico y colectivo. Cuando olvidamos nuestras raíces es mucho más fácil el convencernos de que siempre hicimos lo mismo que hacemos ahora por muy artificial y cuestionable que nos parezca.

Incluso, además, nos presentan a “nuevos políticos” como grandes estadistas y hombres de estado que van a tender esos puentes que los “radicales” quieren destruir. Solo Dios, si existe, sabe lo que me ha desquiciado siempre esa expresión tan tópica y absurda de “tender puentes”. El problema de vendernos como estadistas a candidatos que aún no han gobernado, es que el título de estadista lo da la historia con el paso de los años y después del juicio de los actos de cada cual.

En una democracia la dialéctica y la confrontación política son inevitables y hasta necesarias. Algunos intentan buscar pactos y ser tibios porque carecen de creencias sólidas y quieren diluir su responsabilidad política. Yo apuesto por un líder que asuma los valores del partido que representa y esté dispuesto a defender su proyecto de país no como el único posible frente a la derecha sino como el mejor posible para todos los españoles. Y esto no es ser radical: es ser, simplemente, coherente con lo que representas y valiente por lo que crees.

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Euroreich, Neoliberalismo, socialismo

Se busca socialista europeo contra Merkel

Hace aproximadamente un año escribí este artículo. Como las cosas siguen igual, o peor, lo rescato para demostrar que vivimos un relato histórico que no se esté viendo alterado a favor de la socialdemocracia y los derechos ciudadanos. 

La mayoría de analistas políticos coinciden en señalar que desde hace años la socialdemocracia ha perdido, en Europa, sus señas de identidad. Yo iría un poco más allá: además de perder, ha abrazado una nueva práctica política poco rentable, el suicidio como forma de hacerle frente a la derecha de siempre que impera en Europa aunque se empeñen muchos en llamarle “neoliberal”.

Solamente se podría aceptar este calificativo de “neo” teniendo en cuenta que el liberalismo clásico no iba de la mano del fascismo, en cuanto a idea política y totalitaria del estado y de la sociedad. Es más, los fascismos iniciales eran, entre otras cosas, anti liberales, además de anti comunistas y anti conservadores. A esto último yo le veo algo de incoherencia porque el fascismo de entre guerras se apoyó, siempre que tuvo necesidad, en las capas más conservadoras del marco electoral, cuando no directamente las absorbió como pilar de refuerzo ideológico del totalitarismo de su raíz. Pero desde la idea del estado que defendía el liberalismo puro al estado que pretenden dejarnos esta derecha fascista y sociópata que nos gobierna, solo hay una diferencia: entonces no habían descubierto los liberales el chollo de la “privatización” como fórmula moderna del caciquismo de toda la vida.

Con esto quiero decir que los liberales, o sea, la derecha actual, han ido evolucionando y formándose como un agregado de intereses económicos y postulados ideológicos que le han permitido rehacerse a la avalancha socialdemócrata que invadió la Europa de postguerra. Luego llegarían Tatcher y Reagan y demostrarían a los nostálgicos del “como Dios manda” que fuera de España también existía una derecha en democracia que ponía los huevos encima de la mesa, marcando así el camino a seguir para cuando llegase a la Unión Europea su primera gran crisis de nuestra historia contemporánea, pasando así de la UE al Euroreich, con el Euro como principal instrumento colonizador del amigo alemán.

En agosto de 2014 puede certificarse la entrada en coma del socialismo europeo. Hollande, que era la última gran esperanza de la izquierda frente a Merkel, ha hincado la rodilla abandonándose a su suerte y dejando a Francia en bandeja, como mal menor, a la derecha de Sarkozy, que solo su presente y futuro judicial podrán impedirle su vuelta triunfal al los Elíseos. Lo que le podría haber pasado a Nicolás, si no fuese por la justicia, habría sido el sueño eterno que siempre tuvo Ánsar: su vuelta por aclamación tras el hundimiento del PSOE, allí PSF. Aún así el papel que jugará Le Pen en el futuro inmediato de los franceses es una incógnita de siniestras consecuencias para la democracia europea y la cohesión social en Francia.

El diagnóstico, llegados a este punto, es simple: si Hollande no confía en su partido ni en las recetas socialistas para gobernar Francia, ¿por qué van a confiar los electores en el Partido Socialista francés? Si para afrontar la crisis el socialismo dimite y gira aún más a la derecha para complacer las necesidades de Berlín, por lo menos querrán tener a los originales en el gobierno porque, además, son mucho más nacional-populistas que los socialdemócratas.

Y bueno, fracasado ya Hollande como el David socialista que derrotase al Goliat “neoliberal”, ¿qué nos queda? Muchos apuntan a Renzi, pero el primer ministro italiano ni siquiera es socialista como tal. Es verdad que tiene componentes del socialismo italiano y forma parte del grupo socialista europeo, pero no puede ser capitalizado por la socialdemocracia de Alemania, Francia o España como un producto “propio” que contraponer a los modelos fascistas de cada país. Esto y que ya dijo hace poco en una entrevista que Italia no quería parecerse a España, sino a Alemania. Algo lógico y normal, porque los españoles también querríamos ser alemanes antes que españoles.

La socialdemocracia vive tiempos de auténtico desafío vital. Estamos en una encrucijada donde nuevas formaciones de izquierdas pueden fabricar un proyecto y una ideología propia e híbrida como alternativa al socialismo que construyó el estado del bienestar y apostó por la democracia como vehículo social y político insobornable e irrenunciable. En esto, por lo menos, fuimos pioneros: Zapatero empezó a cavar el hoyo y Hollande ya pule a conciencia el mármol de nuestra lápida.

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27-S, Cataluña, PSOE, separatismo

El derecho a la secesión no existe

Aunque pueda parecer obvio, el derecho a la secesión de una parte del estado no existe. Ni se contempla en nuestra constitución ni en la mayoría de constituciones de las democracias occidentales que forman la Unión Europea. Ni siquiera en los estados compuestos o federales un estado miembro puede marcharse del conjunto de manera unilateral. Independientemente de los paralelismos que puedan encontrarse entre el caso catalán y el escocés, la realidad española no puede compararse con la situación geo-política inglesa.

Si entendemos al estado-nación como una construcción a lo largo del tiempo que empieza a configurarse a partir del siglo XIV, España es de los estados más antiguos como tal. No sé si antes del nacimiento de esta forma de organización política que ha conseguido ser la predominante en la organización de los pueblos a lo largo del mundo, existiría algo parecido a una nación catalana, pero la realidad es que desde la unión dinástica de España por los Reyes Católicos la única realidad estatal existente en la península ha sido la española y la portuguesa.

Es curioso observar como en este debate Cataluña-España, aquellos que defendemos la unidad del país no como fórmula nacionalista cerrada sino como el mejor vehículo para lograr el progreso común, somos inmediatamente insultados y despreciados por los separatistas catalanes que solo respetan a los españoles que están dispuestos a dejar que Cataluña se marche de España. Pero la cuestión es muy sencilla: el nacionalismo catalán exhibido por los separatistas de CiU, ERC y adosados, es tan agresivo y excluyente como el profesado por la mayoría de los nacionalistas españoles que anidan en la derecha y en esos medios que, lejos de serenar el debate, contribuyen a sembrar el odio o bien a los catalanes, o bien a los españoles, dependiendo desde donde se emitan esas tertulias de ciencia política ilustrada e ilustre.

No es un secreto que en nuestros días el estado, el poder estatal soberano más bien, se encuentra amenazado. Hay quien dice que por la globalización, pero lo más justo sería decir por los mercados. En la Unión Monetaria, además, vivimos bajo un Euroreich que solo respeta y reconoce al estado alemán, que es el que manda y decide que países son soberanos y quienes deben someterse al dictado de la Troika o de los diversos intereses coyunturales de Berlín. En definitiva: es evidente que el estado como hasta hace pocos años veníamos entendiéndolo está sufriendo una innegable transformación.

Ante el desafío catalán encontramos aquellos partidarios de la unión de España pero no bajo la fórmula actual, sino bajo una nueva: el federalismo. Incluso algunos van más allá: reconocer que somos un estado plurinacional. Admitiendo, por ejemplo, que esta última fórmula es aplicable, existe un problema evidente: lo que persigue Mas y sus mariachis el 27-S no es que se reconozca a Cataluña como una nación, sino separarse de España que poder ser un ESTADO, en principio unitario e independiente de otra realidad política superior, a no ser que esa realidad sea la Unión Europea. Hemos omitido el hecho de que la Constitución española no es un impedimento para reconocer ese carácter nacional del que disfruta Cataluña. De hecho ni su lengua ni sus símbolos propios son impedidos o reprimidos por las leyes nacionales, sino más bien al contrario: en Cataluña existe una supremacía en las instituciones políticas y administrativas de lo catalán sobre lo español. Por lo tanto, ¿dónde está esa represión española sobre la identidad plena del pueblo catalán? En ninguna parte más allá de los intereses personales, económicos y políticos de los que promueven la secesión y han hecho de este objetivo la única realidad vivida por el pueblo catalán, dejando de lado sus necesidades en sanidad, educación, empleo o crecimiento económico.

Justo cuando se presenta esa lista de «unidad» de cara a septiembre, aparece Romeva para advertir que «vamos a por todas, ya no tenemos margen». Es más, por si no quedaba claro, lo aclara: «si el Estado español bloquea política o jurídicamente al Govern o el Parlament [salido de las elecciones], Cataluña procederá igualmente a la proclamación de su independencia». 

Pero, ¿es posible la secesión unilateral de Cataluña? Pregunta obligada ya que Mas y esta marioneta puesta a la cabeza lo dan por hecho como lo más natural del mundo. Sin embargo, no existe ordenamiento jurídico ni en España ni en la UE que contemple esta posibilidad. Entonces, ¿va a hacer algo el gobierno de España?, ¿y la oposición, es decir, el PSOE? Lamentablemente no está muy clara la respuesta a las dos preguntas.

De Rajoy no se puede esperar nada porque él siempre vivió esperando que los problemas, por graves que fuesen, se solucionasen solos. En este caso, posiblemente, pensará que si Mas se atreve a decir que se va, irá la Guardia Civil a detenerlo y problema solucionado. Miremos, entonces, al PSOE. ¿Qué propone? Reformar la constitución y hacer de España un estado federal, una fórmula inservible en este caso porque la lista soberanista dice que se va, sin posibilidad de quedarse. Hace poco Miquel Iceta, en una entrevista en elsocialistadigital, aseguraba que era imposible una declaración unilateral de independencia. Y así responde todo el socialismo.

Es necesario que tanto el PP como el PSOE tengan preparada una respuesta inmediata ante el evidente desafío catalán. Ya no se trata de insinuaciones o suposiciones: han dicho abiertamente que se irán después del 27-S «si tienen una mayoría suficiente», que al no explicar qué mayoría sería esa, seguramente será la que resulte, sea la que sea. La política de hechos consumados en una democracia supone la tiranía del poder, y no digamos si encima van en contra directamente de la legalidad y la cohesión territorial de un país, con todo lo que eso significa.

La última encuesta del gobierno catalán dejaba claro que existía una mayoría que NO quería irse de España. Tal vez por esta razón quieren apretar el acelerador para jugarse el todo por el todo. Cataluña necesita un gobierno que se preocupe por los catalanes, y por ahora nadie ha puesto encima de la mesa esta clave que es la más importante y urgente en la actualidad.

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liderazgo, partidos, politica

Y aunque te haga calor

Es habitual escuchar eso de que alguien vale más por lo que calla que por lo que dice. Yo, sin embargo, siempre he valorado a las personas por lo que dicen y sobre todo por lo que hacen. No creo que el silencio encierre un valor en sí mismo, aunque la prudencia a veces es aconsejable. Aún así cuando se es prudente hay que estar vigilante para que esta prudencia no se convierta en indolencia y acabe desembocando en cobardía. Los propios cobardes, en su hipocresía, se venden como «prudentes», porque la mentira nunca se llevó bien con los valientes.

Llegados a este punto es preciso reflexionar sobre qué hacer cuando en política pruebas ese sabor amargo que llega no con la derrota transitoria, ni siquiera con el fracaso, sino a través de la traición y el engaño de quien considerabas tu compañero y amigo. No vamos a engañarnos: la vida interna de los partidos está llena de mentirosos, de traidores, de vendidos y de alquilados. Hay quien dice que la política es así de sucia, pero la política solo es lo que nosotros hacemos de ella. Es decir, lo que vemos en los gobiernos, en los partidos, en los parlamentos y ayuntamientos es el reflejo de lo que somos, por mucho que busquemos insultar y despreciar a los políticos como si estos cargos electos hubiesen llegado ahí ellos solos saliendo de la nada. Hasta que no se demuestre lo contrario nosotros ponemos y quitamos candidatos con nuestro voto.

Un factor clave en el liderazgo político es la confianza que el candidato consigue agrupar en torno a su figura y a su proyecto. Hay líderes sin proyecto, falsos líderes con supuestos proyectos pero nunca puede existir un proyecto coherente sin un líder. La figura del candidato es, por lo tanto, esencial en política. Incluso los nuevos partidos que llegan a regenerar nuestro sistema corrupto y viciado según ellos, han implantado un culto total y supremo al líder-caudillo que se encarna en la figura o bien de Pablo Iglesias o bien de Albert Rivera.

Es cierto que el sistema político español ha tendido hacia una especie de «presidencialismo» a la hora de enfocar la proyección mediática y de poder del presidente del Gobierno o Secretario General de los dos grandes partidos. Pero hasta ahora las siglas del partido han tenido un peso decisivo a la hora de trazar la ruta de sus candidatos hacia la Moncloa. En el PP dudan si ocultar sus siglas o presentarlas bajo un nuevo formato. Pero en el PSOE se ha apostado claramente, hace ahora precisamente un año, por una opción personalista, individualista y a la «americana» de Pedro Sánchez. Cuando desde hace unos meses venimos escuchando lo del «PSOE de Pedro Sánchez» no es solo un eslogan bastante simplista de marketing, que también, sino la esencia de la filosofía de esta nueva etapa del socialismo para recuperar el poder en España.

Como decía, cuando uno navega por las turbulentas aguas de la vida interna partidista sabe que tarde o temprano va a sufrir un desengaño, una traición o una jugada sucia. Es cuestión de tiempo que llegue, por mucho que algunos piensen que con sus conocimientos o intrínseca maldad son capaces de controlar los tiempos y los flujos. En esto hay algo seguro: siempre habrá alguien más malo que tú. Lo interesante, sin embargo, es cuando la medicina amarga de la traición y el engaño llega administrada por el líder, por aquel en quien tú confiaste y diste todo lo mejor que tenías sin pedir nada a cambio pero esperando, como es lógica emocional, un justo reconocimiento.

Ante esta situación hay 3 etapas: el engaño; la difamación; y el vacío. Vayamos por partes.

El engaño suele llegar de muchas maneras, pero habitualmente nos golpea después de una fase de ceguera absoluta y otra de temores bastante fundados pero a los que no quieres dar veracidad. Confiar en alguien ciegamente es un riesgo. Te pones una venda en los ojos y lo sigues sin dudar, sin preguntas, hasta que empiezas a oler cada vez peor y acabas quitándote esa venda una vez te encuentras o bien en el abismo o al borde del abismo. La primera reacción es de incredulidad, desolación, incluso buscas el motivo, te planteas qué habrás hecho tú mal, y te dedicas a repasar toda la historia del camino.

Aquí hay dos opciones: o reaccionas desde el despecho, o te marchas sin hacer ruido. Depende de las fuerzas internas que le queden a uno, pero cuando te sientes por dentro como si te hubiesen machacado el alma con varios bates de béisbol, lo último que quieres en ese momento es cobrarte la venganza.

Sin embargo, escojas la opción que escojas, llega irremediablemente la difamación, el escarnio. Ya sea porque vas a la guerra o porque te retiras del lugar donde siempre estuviste, con las consiguientes preguntas de la gente que o no entiende nada, o entiende perfectamente todo pero busca ensuciar aún más el ambiente. Generalmente el trabajo sucio no lo hace el líder en primera persona, por lo menos no a la cara. Suele ser a tus espaldas y acompañado de ese coro de palmeros y mamporreros del poder que actúan como matones a sueldo ya sea por lo pagado o por las promesas de lo que acabará siendo pagado.

Esta fase es dura y bastante destructiva. Ves como no solamente te han engañado sino que buscan humillarte cargándote a ti las culpas de todo y buscando desprestigiarte por si te da por hablar o por lo que ya has decidido contar. Aquí hay barra libre para inventarse historias abyectas y desparramar toda la basura a mano, da igual su procedencia.

Finalmente llega el vacío, el vacío de todos los que forman ese corralito de poder y que, hasta hace poco, incluso eran compañeros que considerabas amigos, con los que compartiste muchos días y muchas horas en un proyecto que creías común, colectivo y sincero. Es la última parada donde quieren darte el golpe de gracia. Ya no solamente has sido engañado y humillado propagando tu descrédito sino que, por si acaso te da por resucitar, ya nadie te verá ni oirá tus gritos porque eres completamente invisible. O, por lo menos, así intentan hacerte ver a ti mismo: nadie se ha preocupado por ti ni te ha dado una palabra de aliento porque no le interesas a nadie.

Es evidente que ante estas 3 etapas uno tiene casi todas las papeletas para sucumbir. Pero siempre queda un resquicio para levantarse y darle la vuelta a la situación. Dicen que el tiempo es algo que suele ayudar a curar las heridas, pero no es así. El tiempo, como mucho, te ayuda a olvidar, a hacerte creer que has sido capaz de perdonar, porque hay golpes que no te abandonarán jamás mientras vivas.

Hacer de la política un laberinto de trampas, de egoísmos calculados, de traiciones inesperadas y deslealtades anunciadas, solo nos conduce a una ley que no es ya la de Darwin sino otra que aún está por bautizar: no sobrevive el más fuerte, sino solamente el más sinvergüenza.

Después de todo, ¿merece la pena intentarlo, merece la pena hablar para que los cuervos de los partidos se pongan en alerta por el sonido de tu voz y la tormenta de esa verdad que pretendes dignificar? La respuesta que yo ofrezco la encontré en los versos de una canción que grabó Julio Iglesias en el 92:

Y aunque te haga calor
vete igual por el sol
que la sombra está bien
pa’los blandos de piel
que les pique el sudor

Si le da por llover
no te dé por correr
que mojarse es crecer
y corriendo entre charcos
te puedes caer

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Alemania, Euro, Europa, Grecia, socialismo

La tragedia griega

No por casualidad la tragedia griega es uno de los géneros con nombre propio superviviente de la antigüedad. En su formato original no tenía, exactamente, el contenido tan dramático que su nomenclatura nos evoca en la actualidad, pero sí un fondo parecido. Lejos de delimitar conceptualmente a la tragedia griega-ya que no soy filólogo- usemos su significado simbólico para adaptarla al ámbito político de nuestros días.

Es evidente que lo de Grecia es una tragedia, pero no en exclusiva, ya que dicha tragedia de extiende a toda Europa. Quizás, como expliqué en un artículo anterior, lo del Euroreich más que tragedia es farsa, pero en realidad nos empuja a una nueva dictadura comunitaria dirigida por Alemania y protegida por los mercados. El paso del tiempo es un aliado de los cambios de formas, pero esto no significa siempre que también cambien los fondos. Incluso podría decirse que si hablamos de poder, de ambición política y miseria humana, nada ha cambiado desde los tiempos del Imperio Romano. Ahora se hacen las cosas de otro modo, pero se buscan los mismos efectos finales.

Las entrevistas que ha dado Varoufakis son trágicas y dramáticas, sin predominio llamativo de alguno de los dos rasgos. Estamos gobernados a nivel europeo por una colección de psicópatas del poder y mayordomos del dinero que irremediablemente nos empujan a un futuro donde todo puede llegar a pasar, incluida la rebelión de las masas. Aquí aparece un concepto utilizado por Ted Gurr, que a mí me gusta especialmente, y que se conoce como la privación relativa, argumento explicativo de muchas revueltas del pasado y que puede contener las claves de movimientos opositores al status quo europeo actual en el mañana. Solo hay una diferencia: ahora aún existe una capa considerable de «clases medias» o ciudadanos que sobreviven a duras penas que no está dispuestos a poner en riesgo lo poco o mucho que tienen, para que los que no tienen nada vuelvan a tener algo, empezando por su propia dignidad. Pero si Europa sigue así llegará un momento donde o bien se derrumbará por si solo el edificio de la Unión, o la ciudadanía de algún país miembro iniciará su derribo.

Yo, por lo menos, no concibo el aguante durante muchas generaciones de la desesperanza, el miedo y la precariedad. Conforme crezcan las nuevas cohortes nacidas y programadas para resignarse ante la injusticia y la falta de un futuro lleno de ilusión, el empuje al inmovilismo y latrocinio del neoliberalismo irá creciendo y propagándose. También está la opción de que la UE corrija su rumbo en los próximos años, una vez que desaparezca políticamente Merkel, aunque lo dudo. Según una encuesta de ARD, un 87% de los alemanes apoya la humillación efectuada por Berlín/Bruselas a Grecia. Es decir, esto no es una cuestión personal de la actual Canciller, sino sistémica de la sociedad alemana que parece incapaz de aprender de su pasado, arrepentirse por sus errores y ser solidaria con sus vecinos. De Francia mejor ni hablemos porque volverá Sarkozy, otro personaje VIP de la derecha neoliberal dentro de un país donde la alternativa socialista, hoy en el poder, camina hacia una preocupante depresión.

¿Quién queda en Europa para hacerle frente a Alemania? Nadie. Inglaterra se plantea salir de la Unión, y tuvo la visión adecuada de no sumarse a esta locura y estafa llamada Euro. De Italia poco se puede decir, porque su peso internacional se ha visto diluido al seguir preocupada por sí misma y sus problemas internos estatales. Y ya de España, mejor ni hablar. Nos encontramos, por lo tanto, en un callejón sin salida para la democracia y la justicia social, que tiene en el ejemplo griego la prueba irreversible de que el Euroreich es un monstruo que hemos creado y criado entre todos pero que solo obedece a los alemanes.

Dentro de esta reflexión, ocupa una parte muy especial el socialismo europeo, revelado como opción política impotente cuando no colaboradora del neoliberalismo europeo. A mí se me nubla la vista cuando observo a muchos militantes socialistas en las redes disfrutar con la tragedia griega y la derrota de Tsipras. Algunos lo disimulan, otros ni se molestan, pero si miramos a los principales representantes socialistas en España, su comportamiento y postura sobre Grecia a lo largo de todo el conflicto ha sido en ocasiones ridícula y casi siempre contradictoria. La valoración de las palabras que, según fuentes bastante acreditadas, destinó Pedro Sánchez en la ejecutiva a puerta cerrada a la consulta griega, es mejor ni insinuarla por su carga tan vil y abyecta.

Entiendo que muchos socialistas vean al gobierno griego como una amenaza a las aspiraciones de poder de cara a noviembre, pero parecen ignorar que la amenaza real y principal se cierne sobre nuestras vidas y nuestro futuro a raíz de que el pueblo griego materializado en ese 61% del referéndum haya sucumbido ante los chantajes de Merkel.

“Ves figuras muy poderosas mirarte a los ojos y decirte: ‘Tienes razón, pero vamos a machacarte’”. Esto ha dicho, entre otras cosas, el ya ex ministro de economía griego. Cuando leamos la frase entendamos que ese «vamos a machacarte» significa «vamos a machacaros».

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España, partidos, política

La política, los amigos y el converso

Hace unos días pensaba escribir para este viernes un artículo sobre nuestra inexistencia como país en la práctica en el ámbito internacional, sobre todo en el caso de Europa. Sería gracioso, si no fuera dramático, observar como las noticias propagandísticas del gobierno emiten las declaraciones sobre Grecia y el futuro del Euro de De Guindos como si, realmente, a alguien le importase lo que dice el ministro de Economía de España. Pretenden hacernos creer que nosotros tenemos algo importante que decir y que, incluso, los demás países están dispuestos y deseosos de escucharnos. Todo mentira. España no pinta absolutamente nada en esta Unión Europea porque la política exterior de Rajoy está hecha a su imagen y semejanza, es decir, inane, inservible, ignorante en el fondo y muy cateta en las formas.

Sin embargo, hay otro hecho que me llamó bastante la atención y sobre lo que me gustaría hablar esta semana. Me refiero a la marcha del PSOE de Beatriz Talegón y diversos militantes que se ha ido produciendo casi en cascada. No es una hemorragia, pero sí un goteo constante que está vaciando al Partido Socialista de un capital humano que, en su mayoría, es mucho más valioso que algunos de los que se quedan y no están dispuestos a despegarse del sillón. La cuestión no es lo que te motiva a marcharte de un partido sino la vida que te espera fuera de él, porque una vez en el exterior tienes que soportar el bombardeo masivo y bastante abyecto de los palmeros del poder que buscan esas medallas tan cotizadas que se consiguen en la misión de machacar al crítico, al disidente o al desertor. Si, además, te marchas para sumarte a otro proyecto político entonces tenemos la figura del “converso”, que es la pieza favorita de caza de esta “gestapillo de aparato” que de ideología y política no saben casi nada, pero del acoso y la difamación hacen un arte.

En política hay un derecho que es básico, sobre todo en democracia: el afiliarte a un partido y el desligarte de él. Igual que existen votantes cuyo apoyo cada 4 años puede ser fluctuante. Es llamativo como buscamos, deseamos y veneramos a esos votantes “de centro” que dan y quitan gobiernos, ya que son ciudadanos moderados y con criterio, pero no soportamos que existan militantes que decidan dar un paso al lado o, directamente, dejar de hacer el camino común. No vamos a negar que dentro de las idas y venidas partidistas existen personas cuyo único motivo es el interés personal y su ambición poco disimulada.

Pero, sin embargo, también están aquellos que se marchan de un lugar porque no pueden seguir respirando el aire que lo envuelve. Ante esto, hay dos opciones: aprender o reflexionar tras cada marcha de un compañero; o salir de caza contra el que se va. Dependiendo de qué camino escojamos, definiremos qué clase de personas somos.
Yo no sé qué tiene el poder que es tan narcotizante. Ya antes de llegar a ese poder, nos encontramos con la vida de partido que también es peligrosa. La burbuja partidista llega a absorber tanto que no solamente hacemos de la política nuestra profesión sino que hacemos del partido nuestra propia vida. Aquí es donde se conjugan esos dos conceptos utilizados por Felipe González, y también habitualmente por mí, como son el corralito del poder y la endogamia partidista. Una endogamia que no es exclusiva de la vida orgánica del partido, ya que responde al concepto de una visión elitista que aplicada al estado y a la sociedad nos ofrece las claves de por qué las élites económicas, políticas, periodísticas e incluso militares comparten grandes parcelas de confluencia y simbiosis.

Tal vez en el plano de los partidos esto que relato no es tanto elitismo como sectarismo, incluso una mezcla de ambas que provocan un resultado tóxico y explosivo que ha llevado a la política y a los partidos en este país al descrédito que sufren.

Tener amigos en política es complejo, pero tenerlos fuera es vital. La independencia, la libertad y la integridad que deben guiar nuestros pasos acaban siendo anuladas cuando empezamos a formar parte de ciertos juegos perversos de poder a los que nos resistimos en un principio pero, sin darnos cuenta, acabamos sucumbiendo. Claro que también están los que vienen de casa directamente a tirarse de cabeza a la piscina de la conspiración y las deslealtades con alta rentabilidad, pero esta es otra cuestión.

Creo que la confianza es una clave irrenunciable en esta vida para poder conseguir metas colectivas. En ocasiones cometemos el error de ponernos una venda en los ojos con tal de seguir a un falso líder en el que hemos confiado todo a cambio de llevarnos por un camino que cada vez huele peor, hasta que no puedes más y al quitarte la venda descubres la magnitud de la traición. Aquí es cuando debemos aprender la miseria de la política, el valor de los auténticos amigos y la relatividad del “converso”, porque si entonces decides defenderte comprenderás que eso es lo que te llamarán a ti, precisamente, aquellos que te traicionaron.

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Euro, Europa, izquierda, PSOE

Quiero un socialismo que sea de izquierdas

El resultado del referéndum griego nos ofrece varias respuestas y algún que otro interrogante. No solamente ha dejado claro lo que quiere el pueblo heleno sino también al descubierto quién es quién en este teatro lleno de farsa e impostura que es actualmente la Unión Europea, sobre todo la Eurozona. El «sí» y el «no» representaban dos formas antagónicas de ver el mundo, de afrontar el futuro y de entender la democracia. El problema es cuando encontramos en el lado del «sí» a varias figuras de la socialdemocracia continental o, en el caso del socialismo español, posturas bastante ambiguas cuando no tímidamente orientadas a oponerse al «no».

Respecto a esta último punto, lo peor que hemos podido observar los socialistas españoles ha sido la intención de nuestra cúpula dirigente de ofrecer una posición que podría calificarse, como a ellos les gustaría, de «centralidad», es decir, ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Pero, al final, inclinándonos por el . Pretender permanecer neutrales en un conflicto tan dramático y transcendental como el futuro de Europa jugándose en Grecia, no solamente es ridículo sino que deja desnudas las grandes contradicciones de algunos que pretenden ser izquierda, centro o un poco de derecha según les convenga. Y, en el caso griego, el socialismo española ha sonado, a veces, a «un poco de derecha» europea.

Tenemos, por ejemplo, a Pedro Sánchez, que en el 2011 quería votar en un hipotético referéndum griego:

«Yo quiero participar en el referéndum griego; al euro le va la vida en ello. No puede decidirlo solo Atenas, sino entre todos»

Por si faltaba alguna aclaración, Jordi Sevilla, este nuevo hombre fuerte del socialismo económico, escribía en su tuiter el 28 de junio lo siguiente:

«Tsipras, a punto d entrar en el largo santoral d «líderes del pueblo» q han conducido a sus pueblos a gloriosas derrotas. En fin…»

Y a las 3 horas del resultado definitivo, se mantenía en el mismo guión:

«Esto como va? Ahora Tsipras presenta una propuesta y la sometemos a referéndum los demás ? Y así… Primero acuerdo luego referéndum!»

La cuestión es que la izquierda socialista europea ha perdido una ocasión quizás irrepetible para presentarse como alternativa real a Merkel y como oposición coherente al neoliberalismo. Lo que no podemos aceptar como socialismo es un neoliberalismo más suavizado y humanitario, por la sencilla razón de que eso ya lo conocimos con Tony Blair y sabemos cómo acabó. Los que quieran una economía de derechas piadosa con los más débiles que se apunte a la democracia cristiana. Yo creo que en nuestro país podría conseguir unos 15 o 20 diputados.

Me causa estupor observar como algunos palmeros y mamporreros del aparato de Ferraz acosaban a todos aquellos que aseguraban que Pedro Sánchez había pedido el «sí» a los griegos. Y es cierto, el «si» no lo pidió abiertamente, pero sí dejó en la Sexta esta pista:

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, aseguró este lunes que no está en contra de que el pueblo griego vote en un referéndum sobre el programa de rescate de las autoridades europeas, pero defendió que es «insólito» que el Gobierno de este país proponga votar ‘no’, porque eso supone «salir del euro»

O sea, que si él fuese gobierno no defendería el «no», lo que nos lleva a suponer que pediría el «sí». O mejor aún, a lo mejor haría las maletas, no haría declaraciones y no volvería a Grecia hasta que estuvieran contadas todas las papeletas. Es una opción.

Mucho más lejos, claro está, ha llegado el sinvergüenza de Schulz, que aún conserva la etiqueta de «socialista» al lado de su nombre. Una etiqueta que le viene muy grande, ya que Martin no pasa de ser un lacayo bien regado al servicio de los intereses de Angela Merkel.

Otra lección que podemos aprender de este proceso ha sido la manipulación tan burda por parte de algunos medios al servicio del status quo de las supuestas encuestas sobre el referéndum. El mismo viernes por la noche circulaba por toda Europa muestras demoscópicas que aseguraban una victoria, por poco, del «sí». Es decir, se ha intentado condicionar la voluntad de los griegos de todas las formas posibles, incluida la absurda propaganda de encuestas falsas que no tenían nada que ver con la realidad.

Hay que dejar claro que muchos de los que defendíamos el «no» este domingo no buscábamos absolver de todas sus culpas y errores en el pasado a los griegos y sus gobiernos. Simplemente entendíamos que Grecia se encaminaba a un estado fallido por culpa de los dictados de la Troika y que ningún país ni ninguna sociedad se merecía que le robasen su presente y su futuro para poder pagar a tantos acreedores indecentes e inmorales que buscaron hacerse ricos mediante especulaciones y diversos negocios turbios en torno a la deuda soberana griega. En los días previos a la votación pude leer en un digital de prestigio una supuesta entrevista a una ciudadana griega que había perdido todo, su casa, su trabajo, su coche, su familia, etc. y que afirmaba que votaría «sí» para que las cosas «no empeorasen más aún». ¿Empeorar más aún, qué puede ir a peor cuando lo has perdido todo? Muy simple: el perder también tu dignidad ciudadana y tu orgullo como persona.

Cuando pedimos un socialismo que sea de izquierdas no entramos en debates de pureza ni metafísicos, sino en cuestiones que comparten una gran mayoría de ciudadanos que se sienten de izquierdas y solidarios. El socialismo no está entendiendo el sentir de la gente porque prefiere crearse su propio relato acomodaticio y hacer creer a los demás que eso es lo que realmente quiere la gente. Pero, claro, corremos el riesgo de que los votantes no se crean esa realidad impostada.

No se puede, como hizo Jordi Sevilla en una entrevista, decir que «debemos rescatar a las personas para salir de la crisis», y luego publicar un artículo titulado «¿En qué se parecen Tsipras y Rajoy?». ¿Por qué hay gente en el socialismo que ve al gobierno griego como un peligroso enemigo? Porque sabe que el lugar entre los europeos o los españoles que puede ocupar su modelo anti austeridad (si triunfa) se lo quitaría, directamente, a un PSOE que no ha sabido aprovechar la oportunidad de ponerse, de manera clara, del lado de esas «personas» a las que debemos rescatar urgentemente.

Los griegos tienen que pagar sus deudas, sobre todo las de armamento a Francia y Alemania. Pero Grecia no puede pagar lo que debe y eso lo ha reconocido hasta el FMI, ese organismo infame que debería de desaparecer de manera inmediata. Nadie sabe qué pasará a partir de ahora, pero Europa se encamina a tiempos convulsos, conflictivos, peligrosos y difíciles.

Los socialistas pedimos un socialismo que sea de izquierdas. Una izquierda natural, donde siempre estuvo en la construcción del estado del bienestar de la posguerra y durante 14 años en España después de la muerte de Franco. Entonces nadie se planteaba no ser de izquierda o en qué grado serlo, porque el socialismo era izquierda de manera equiparable a la lógica de la ley de la gravedad. Por favor, que nadie nos intente convencer de que existe un socialismo limitado a ofrecer una cara amable del neoliberalismo, porque en ese caso no solamente no es socialismo sino que estará sentenciado a su irrelevancia cuando no desaparición.

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